En color

Función de Payapeutas a las puertas del Moderno en el ciclo 'En la puñetera calle'. // Foto: Mausba Foto (Amigos del Moderno),

Función de Payapeutas a las puertas del Moderno en el ciclo ‘En la puñetera calle’. // Foto: Mausba Foto (Amigos del Moderno),

Por Rubén Madrid

Le escuché una vez a un profesor en la facultad que en tiempos de crisis crece el número de películas apocalípticas, con catástrofes, maldiciones, profecías o aviones secuestrados. En tiempos de desgracias colectivas, por lo que se ve, la gran pantalla nos enfrenta al desafío de sobreponernos a ellas si no queremos desaparecer como colectivo, a veces incluso como especie hegemónica en el planeta. Así, nos decía aquel profesor a los alumnos, la llamada crisis del petróleo de los setenta trajo la gran oleada de cintas que son ya clásicos del género y cuyos títulos resultan a menudo ilustrativos: ‘Aeropuerto’, ‘El coloso en llamas’, ‘Avalancha’, ‘Terremoto’…

Hollywood ama los finales felices. Y en sus películas no hay amenaza para nuestra seguridad o nuestro confort, por enorme que sea, que no acabe por ser resuelta. Es lo que, traducido en el siempre socorrido lenguaje de los refranes castellanos, viene a decirse con un amplio catálogo de dichos como que Dios aprieta pero no ahoga, que no hay mal que por bien no venga ni que cien años dure y que acabamos por hacer de la necesidad virtud.

La semana pasada traíamos a estas páginas virtuales un artículo sobre las censuras y las cazas de brujas que, aprovechando estos tiempos de severas crisis económimicas,  sociales e institucionales, vienen nuestras autoridades públicas consintiendo e incluso ejerciendo activamente y con inadmisible frecuencia. Titulamos este primer artículo del año ‘En blanco y negro’.

Pero la realidad, lo decíamos el otro día e insistimos también hoy, no es de dos colores, y mucho menos blanca o negra, como nos la quieren hacer ver, sino que admite matices y, afortundamente, tonos y brillos más alegres y variados. Y de esto es de lo que venimos a hablar hoy: de cómo hacemos de la necesidad virtud, de cómo está escrito en el trágico destino de las catástrofes que nos sobrepongamos a ellas o de cómo somos capaces de sacar la paleta de colores en plena tormenta para acabar con un mundo que se nos hace demasiado gris. Porque todo esto lo están haciendo muchos ciudadanos, a veces un martes por la tarde sin aspirar a su minuto de gloria en la tele.

Obra expuesta por PatriDubre en la muestra de El Calamar Gigante y La Camada.

Obra expuesta por PatriDubre en la muestra de El Calamar Gigante y La Camada.

El viernes se daba una curiosa escena, durante la inauguración de una exposición solidaria: en un mismo espacio quedaron reunidos por un momento un periodista de un pequeño medio digital, surgido en plena crisis, que entrevistaba a una artista que había logrado que otros veinte creadores de la ciudad se sumasen a una exposición colectiva que tiene como objetivo recaudar fondos para la protectora de animales La Camada, cuya presidenta también estaba allí, junto a la propietaria del establecimiento donde se han colgado este mes los cuadros, la librería Árbol Rojo, que a su vez es también un negocio de repostería.

De pronto alguien entendió que en eso consisten las sinergias y que precisamente en los últimos tiempos en que la iniciativa pública ha echado el freno la vida social de Guadalajara se está animando gracias a un puñado de iniciativas privadas como las de la anécdota reseñada.

Porque tal vez sin la crisis no habría estado allí el periodista al que su empresa despidió sin pagar; ni posiblemente la librería en cuestión se habría visto en la necesidad de aportar elementos complementarios y de dinamismo para su principal razón de ser, vender libros; ni posiblemente los artistas se habrían visto en el deber moral de tener que unirse en favor de una asociación necesitada de apoyos.

Y no es un caso aislado. Sorprende cómo, a la fuerza ahorcan, en estos tiempos de crisis la gente se las ingenia para resistir e incluso innovar. No son las mejores situaciones posibles, desde luego, pero sí algunas fórmulas de salvarse del naufragio generalizado.

Y ocurre que cuando las admnistraciones cierran espacios al público, algunas pequeñas empresas abren espacios donde exponer, hacer una conferencia o llevar a cabo talleres; y que justo cuando la crisis castiga con golpes bajos a los emprendedores, muchos negocios están armándose de arrojo para darle una vuelta de tuerca a los formatos tradicionales, que no se valen por sí mismos, y proponer fórmulas originales que, hasta hace apenas unos años, los alcarreños sólo veíamos cuando salíamos de la ciudad: librerías en las que se puede tomar un café, aprender inglés o escuchar un cuentacuentos, bares con conciertos íntimos o proyecciones de cortometrajes, locales que conforman entre sí permanentes circuitos de arte donde los artistas locales exponen su obra ante sus paisanos o cafeterías que abren sus sótanos a los amantes de los fenómenos paranormales y los bailes de salón…

Hay en plena crisis ejemplos verdaderamente admirables de mentalidad emprendedora que impregnan de optimismo (luz) todo ese panorama en el que otros, y con razón, apenas advierten un panorama demasiado sombrío (gris).

Este dibujo es el logo de la moneda social de Guadalajara, la Bellota.

Este dibujo es el logo de la moneda social de Guadalajara, la Bellota.

Resulta llamativo especialmente el modo en que la cultura está buscando nuevos cauces allí donde continuamente le sitúan diques de contención. Es admirable cómo los usuarios de la biblioteca han respondido a las llamadas de auxilio ante los recortes de presupuesto para obtener fondos bibliográficos; hay que quitarse el sombrero ante la paciencia y buen gusto de los artistas que actúan en la puñetera calle para reclamar la apertura de un teatro; y no podemos más que rendirnos ante los muchos escritores que se autoeditan; los pintores que se buscan la vida pintando chapitas y calendarios; los periodistas que dedican su tiempo a redactar blogs de factura profesional o se trasladan a unos estudiso de televisión o de radio para opinar sobre la actualidad… y, en general, ese amplio puñado de gentes que salen de casa, renuevan los ánimos después de quejarse en el bar de lo mal que está la vida y responden a las estrecheces económicas y mentales con una sobredosis de ingenio.

No siempre está garantizado el éxito. A veces uno de esos negocios cierra o uno de esos artistas ve llegado el momento de «pensar más en uno mismo». Estas respuestas a la crisis  pueden a veces quedarse en tierra de nadie, sin completar su travesía entre las asperezas de estos mundos reales y sus utopías, pero ya sólo el intento es digno de aplauso y la confluencia de casos similares denota al menos el resurgimiento de una mentalidad muy saludable.

Quien lleva un paso tranquilo pero firme es El Rincón Lento de Guadalajara, un discreto monumento al espíritu de asociacionismo, a los apoyos mutos y a la contribución desinteresada justo cuando más se necesita, precisamente en tiempos de crisis. Su local en el centro de la ciudad es pequeño, pero su ambición -bien entendida- es enorme. Es una pena que la crisis les esté dando la razón de manera tan clara, pero también es una suerte que nos haya pillado con un puñado de gentes en su laboratorio que, con la bata puesta, insisten en que otra forma de hacer las cosas es posible.

En su estrategia por fomentar la cooperación en vez de la competición, hay unas iniciativas interesantes que están surgiendo de estos laboratorios. Se trata de las monedas sociales, que cunden por todo el país y de las que en Guadalajara tenemos ‘la bellota’. Se trata de la puesta en marcha de una unidad de cambio (sí, una suerte de dinero pero con un espíritu muy próximo al trueque) con la que cualquiera puede intercambiar bienes y servicios. Frente al principio básico de acumulación de capital de nuestro sistema, esta iniciativa promueve la circulación y prohibe engordar las huchas, reivindica el comercio de proximidad y tiene un fuerte componente social y ecológico. Hay ya cuatro comunidades locales en la provincia que se han sumado a la iniciativa, en Guadalajara, Azuqueca, Fontanar y El Casar. En breve habrá una charla en la biblioteca del Palacio de Dávalos (está sí, altamente subversiva, pero permitida) para hablar de esta experiencia. Merece la pena no perder la pista.

La iniciativa acaba de romper el cascarón y habrá que evaluar su resultado cuando tenga mayor recorrido, pero en principio advertimos en esta bellota nuestra una doble virtud: por un lado, permite que una familia que ya no tiene ingresos pueda comerse una lechuga u obtener un servicio de carpintería, porque lo habrá pagado con bellotas (es decir, con esos mismos servicios propios que ‘nadie quiere’ en el mercado laboral convencional); y, por otro lado, obra cierto milagro balsámico, porque cualquier familia que se ha quedado sin prestación por desempleo puede seguir alimentando a sus hijos e incluso sentirse útil a la comunidad, en vez de verse abocada a otras desesperadas alternativas, también más convencionales, como tener que robar un banco, liarse a tirones de bolso con las abuelillas, mendigar en la calle en pleno invierno o entregarse a un dulce sueño dejando abierta la llave del gas. Porque el gas, estarán conmigo, es gris.

La bellota, como las reivindicaciones con arte o el circuito de exposiciones alternativo en locales particulares nos envían un rayo deluz contra las realidades en blanco y negro de las mafias que prefieren paralizarnos mediante el miedo. Abramos las ventanas para que entre la luz donde otros quieran cerrar puertas, saquémosle la lengua a quienes quieran cortarla y pongamos una nota de de amor, de humor a nuestras vidas. De color.

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