Todos reflexionamos

Por Gustavo García

Antonio del Abril con su mirada serena. Foto: ‘Nueva Alcarria

La pasada semana fallecía uno de los emblemas de las últimas décadas en el mundo del periodismo de Guadalajara. Antonio del Abril Peiró, así rezaba siempre el nombre del director del que fuera el bisemanario Guadalajara 2000, uno de los tabloides más destacados en las décadas de los 80, 90 y 2000 del siglo pasado en la provincia. Una persona de las que se miden más por su forma de ser que por su faceta profesional, en la que igualmente destacó durante esos años.

Más que en el ámbito meramente periodístico, Antonio desarrollaba tareas de gestión. Pero, siempre estaba ahí, al pie del cañón y sin perder de vista lo relacionado con la información. Y, al margen de todo esto, a la gente que ha pasado por nuestras vidas se le recuerda normalmente por sus acciones a diario y en el cuerpo a cuerpo. En ello, el protagonista era un campeón. Afabilidad, compañerismo, alegría Cuando pienso en él siempre me viene a la mente su gesto a media sonrisa socarrona y su voz aterciopelada.
En nuestra relación tuve la oportunidad de realizar las prácticas de pipiolo en este medio de comunicación cuando todavía estaba en la Facultad. Durante este tiempo el director ejercía como tal y se ponía serio muchas veces, pero, curiosamente es lo que menos recuerdo de él. En todo caso, era otro el encargado de poner las pilas a quienes comenzábamos en este mundillo de la información, algo que le he agradecido muchas veces. Y, mientras, Antonio es de los menos que, lejos de los más íntimos, me llamaba Gus. A pocos como a él le he sentido tan cerca en ese aspecto tan familiar. Eso habla a las claras de quién era este hombre y de qué manera se acercaba a las demás personas, sobre todo, cuando ya tenías una cierta confianza y roce.
Después de esa etapa de becario en Guadalajara Dos Mil (pues cambió los números por las letras con el paso del tiempo), éramos más compañeros que jefe y empleado. Coincidíamos en saraos diversos relacionados con la profesión, como ruedas de prensa de las largas, comidas con políticos, empresarios o personajes relevantes, actos institucionales, elecciones, incluso en fechas señaladas para cubrir cualquier acto importante que precisara de su representación, etc. Ahí era más cercano todavía. Sus chascarrillos en la distancia corta y el sosiego que emanaba de sí contagiaban la escena previa o posterior al trabajo como tal. Esas veladas son inolvidables. Y durante bastante tiempo no desaprovechaba la ocasión para su partidita de mus, regada de un whisky, si se terciaba, que sí solía terciarse. A mí, al menos, me transmitía paz, alegría y tranquilidad. Algo a lo que ayudaba sobremanera ese peculiar y pausado tono de voz y su socarronería.
Nostalgia a raudales
Echando la vista atrás, comprobamos cómo ha pasado el tiempo y recordamos, embriagados de nostalgia, esa dorada época en la que éramos más jóvenes y estábamos en la edad cumbre profesional de cada persona. Todo esto sirve también para darnos cuenta de los muchos años que van transcurriendo a nuestras espaldas, a la vez que vemos todo lo que estamos dejando atrás.
Cuando van desapareciendo seres queridos de la familia o amigos recapacitamos lo rápido que pasa todo y que quizás otros tiempos fueron mejores. Nunca se sabe y tenemos que mirar el día a día. Sin embargo, es difícil no impregnarse de ese halo nostálgico de cuando, antes de los 30, dejábamos los estudios, comenzábamos la andadura laboral, nos plantábamos en hechos y acontecimientos destacados de la provincia en la que vivías, ibas haciendo cada vez más amigos dentro de tu profesión o relacionados con ella, conocíamos a las novias que luego serían nuestras esposas, disponíamos de los primeros sueldos y ahorros para ir haciendo viajes, hacernos con un coche y las casas que luego serían nuestros hogares. La vida misma.
Por eso, en estos momentos de duelo cuando se nos va alguien al que admiraste y quisiste por su forma de ser –aunque no teníamos por qué ser íntimos ni uña y carne, ni lo éramos, es saludable detenerse a pensar y agradecer lo que hemos tenido. Nada volverá a ser igual. Seguramente, no. Si bien, como es preciso, debemos seguir nuestra andadura y caminar por la senda que el devenir de la propia vida nos lleve. En fechas tristes como estas es importante saber que cada época de nuestra existencia tiene sus propios ritmos y, según vamos avanzando, surgen otros a los que nos tenemos que ir acostumbrándonos, con los que igualmente hay que saber disfrutar. O, al menos, ser conscientes de que ahora es lo que nos toca. De poco sirve acordarse con resignación de esas etapas juveniles tan ilusionantes. Mejor hacerlo con un recuerdo amable y esbozando una sonrisa interior que nos transporte por momentos, aunque solo sea en la memoria, a esas fechas tan intensas y maravillosas.
El recuerdo de Antonio del Abril ha removido en mi interior parte de todo ese pasado. Y, a través de él, el cruzarse con tantas personas de las que, si no es porque ahora ya le echamos de menos y sabemos que no le volveremos a ver ni a escuchar el terciopelo en sus palabras, ir viéndoles en nuestra mente por un momento que no solemos tener con la vorágine del día a día. En eso se ha convertido, en general, nuestra forma de vida, en un constante ir y venir que no nos deja espacio ni para pararse a meditar en lo felices que fuimos o los amigos que hemos ido dejando de ver desde hace 30 años.
Este tipo de reflexiones -palabra muy de moda en los últimos días- siempre son bonitas y, si es verdad que recordar es volver a vivir, pues bienvenidas sean. O puede ser también que nos hagamos mayores y expresemos más a flor de piel nuestras emociones. Quizás sea eso. Reflexionemos.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.