¡Cucurrucucú… paloma!

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Bancos, automóviles y terrazas de verano, víctimas de las palomas que anidan en los árboles.

Por Gloria Magro. 

Hace algunos años mi padre apareció por casa con una caja de cartón atada con un cordel. Alguien en Jirueque quitaba un palomar y allí en la caja iba lo que sería la cena del día siguiente: tres o cuatro pichones regalo de un cliente. Mi madre puso el grito en el cielo, los niños nos negamos en redondo a participar en la masacre y en cuanto mi padre se dio la vuelta, los tres, compinchados, los liberamos en la terraza. Supongo que las palomas volverían rápidamente al palomar de donde salieron, para desesperación del dueño que se quería deshacer de ellas.

Algo así debe de estar ocurriendo en Guadalajara. El alcalde, Antonio Román, afirmaba durante la campaña electoral en SER Guadalajara, que el Ayuntamiento se deshace cada año de quince mil palomas pero que aún quedan en la ciudad otras cuarenta y cinco mil de estas ratas con alas y que matarlas no es una opción. Decía también el edil que si queremos una ciudad arbolada, las palomas van en el lote y que poco más hay que se pueda hacer aparte de intentar controlar su número, algo a todas luces insuficiente, a juzgar por el estado lamentable de las aceras, el mobiliario urbano y los coches.

No hay vehículo en la ciudad que no haya sido bendecido con una o varias cagarrutas bien generosas de paloma, de esas negras y llenas de semillas que corroen todo lo que tocan. Debajo de los nidos, en las aceras, sus excrementos dejan un rastro deplorable, como de alquitrán y los operarios de la contrata de limpieza no dan abasto, mientras, un poco más arriba, entre las ramas, las palomas se continúan reproduciendo sin control.

No hay parque, zona arbolada o barrio de Guadalajara que se vea libre de su presencia. Los guadalajareños estamos hartos de las palomas. De hecho, si hay algo en esta ciudad que nos une a todos sin distinción es la certeza común de que hay demasiadas y que es difícil convivir con ellas en su número actual. Y como de momento el gobierno municipal no piensa en dotar de permiso de armas a los operarios de la limpieza para que se líen a tiros con ellas en los parques, solo nos queda armarnos nosotros, pero de paciencia y aguantar. En muchas terrazas de verano es imposible sentarse estos días sin plantearse la posibilidad real de que la cervecita estival será acompañada de un chorretón negruzco caído del cielo.

Ciertamente hay dos culpables claros de esta situación. El primero Noé, por admitirlas en el Arca y además enviarlas en busca de tierra firme: la paloma regresó y ya no ha dejado de hacerlo desde entonces. Y el segundo, Pablo Picasso, que tuvo la ocurrencia de ligar su imagen por siempre jamás a la paz y la concordia. Así, mientras las ratas son seres malignos dignos de ser exterminados sin misericordia, las blancas y bobaliconas palomas son aves celestiales que merecen ser protegidas y vivir libres y felices en nuestras ciudades. Algo parecido a esto está en el imaginario colectivo y desde luego que está grabado a fuego en la mente de todo regidor municipal cuando hay que afrontar una sobrepoblación de palomas como la actual.

Las opciones políticamente correctas y de hecho las únicas que se llevan a cabo son las de ahuyentarlas o atraerlas y trasladarlas. Pero las palomas siempre vuelven y el problema continúa igual o peor. Los principales beneficiarios de esta situación son los talleres de chapa y pintura y también lo serían los restaurantes si comérnoslas fuera la solución. Los gatos callejeros también obtienen aquí su parte del pastel pero no es suficiente para controlar su población.

Según la ingeniero agrícola y formadora en control de plagas María José Ramiro en el ámbito urbano «las palomas no son una plaga en sí misma pero pueden llegar a serlo«. Su control, explica, depende siempre de la voluntad de la autoridad competente, en este caso el Ayuntamiento de Guadalajara, y pasa por un plan de actuación continuo si se quiere disminuir su número de manera efectiva. Las opciones son la captura y eliminación posterior, lo que exige una autorización expresa, o la captura y suelta en otro ámbito no urbano. Señala esta experta que la rápida reproducción de las palomas desaconseja su captura y que lo deseable sería su control biológico mediante la aplicación de sustancias anticonceptivas, lo que tiene resultados más lentos pero a la larga más eficaces. «En Guadalajara –afirma- yo haría un control biológico por el elevado número de palomas que hay. Se haría a cuatro o cinco años vista y supondría un descenso notable. También es la medida más racional».

En otras situaciones, cuando se trata de especies invasoras como las cotorras argentinas y las cotorras de Krause, un verdadero quebradero de cabeza en ciudades como Barcelona, se suele recurrir a la cetrería. En ese caso, además del ruido que causan, el problema está en el tamaño de los nidos, que cargan las ramas de los árboles en exceso.

Las palomas son aves silvestres que se han aclimatado a las ciudades. Sin depredadores naturales en ellas y con comida abundante, se van expandiendo al ritmo que avanzan nuestras zonas verdes. En la península Ibérica existen en estado silvestre cinco especies de colúmbidas, la familia de las palomas y las tórtolas. Además es posible encontrar especies domésticas, cimarronas, fruto de la cría y cruce.  La más común de todas y la más abundante es la paloma bravía, columba livia, se la reconoce porque tiene dos franjas oscuras en las alas, y no anida en los árboles sino en salientes.  También está la paloma zurita, más pequeña y menos social. En invierno además de nuestras zuritas, también tenemos por aquí de paso las del centro y norte de Europa.  Las que pueblan los parques en Guadalajara, son las palomas torcaces, columba palombus, que anidan en los árboles y parecen apreciar nuestra compañía. Y luego están las tórtolas, turcas o comunes, de apariencia más delicada, que prefieren vivir en zonas rurales.

Pese a su cercanía al ser humano, las palomas no gozan de ningún tipo de control sanitario y cuando enferman acaban siendo comidas por otras congéneres, gatos y demás fauna urbana con lo cual la cadena de problemas de salud que potencialmente pueden provocar no deja de propagarse. De hecho, además del ruido, del bullicio excesivo en las copas de los árboles, el principal problema que provoca convivir con la sobrepoblación de estas aves es sanitario. Las heces no solo son corrosivas sino que tienen una potente carga biológica y «son un vector importante de enfermedades –explica María José Ramiro-, les parasitan microorganismos, bacterias y virus, altamente nocivos para los humanos. Las cacas de las aves en general son más peligrosas de lo que nos creemos«. De ahí, que pese a que los pichones han sido un ave que se ha comido tradicionalmente en España, en la actualidad esto debería de estar descartado, ya no por una cuestión de avance cultural, sino meramente sanitario. «No aconsejo comerlas. Antes se comía de todo, la población tenía otras costumbres menos asépticas que las que tenemos actualmente», afirma. Y también señala que las palomas de antes, más silvestres, seguramente llevaban una vida más sana que las que hoy pueblan nuestras ciudades.

Las palomas están en tierra de nadie, no son un animal doméstico pero tampoco nos son ajenas del todo. Salvo las mensajeras, aves valiosas y que gozan de todo tipo de prebendas y atenciones, las que habitan en las ciudades serían invisibles si no fuera por sus heces. En la actualidad, a las palomas se las considera un mal inevitable, ratas aladas, y salvo excepciones, de ellas no se suelen ocupar las protectoras de animales aunque en  las grandes ciudades, en Madrid y en Barcelona, si existen asociaciones que se dedican específicamente a su cuidado y atención, aunque son las menos. pablo-picasso-paloma-de-la-paz-7121000-1775-1Tanto el control de estas aves como de cualquier otra especie que se considere plaga -ratas, mosquitos o cucarachas, por poner algún ejemplo- se hace a través de empresas especializadas cuyos empleados tienen que tener obligatoriamente el certificado de profesionalidad, una titulación oficial acreditativa. Los vecinos por tanto no estamos en ningún caso cualificados para tomar medidas por nuestra cuenta. Y sobra decir que los venenos, los avicidas, están absolutamente prohibidos en manos particulares y su uso por expertos requiere de un permiso expreso y especial.

 

http://www.acabemosconelmaltratoalaspalomas.com/p/blog-page.html

https://corazondepaloma.webnode.es/

 

 

 

 

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