
Una típica tarjeta navideña de Ferrándiz
Por Sonsoles Fernández Day
Seguro que se acuerdan de aquel anuncio en el que sonaba el timbre de una casa cuando la familia está a punto de sentarse a la mesa para la cena de Nochebuena y la madre despistada abre la puerta y aparece su añorado hijo que ha venido por sorpresa. El emotivo abrazo acompañado de la canción de ‘Vuelve, a casa vuelve, por Navidad’ nos conmovía a todos. En mi casa estos días no paraba de sonar el timbre. Pero mis hijos estaban dentro. Eran los repartidores de Amazon o de DHL, porque los regalos se compran online y las listas de lo que te pides están en un link. Menos mal que no se quedaron a cenar.
Mi hijo volvió a casa por Navidad, aunque no por sorpresa, y me trajo un roscón de Reyes que había comprado en una pastelería de su barrio en Madrid. ¡Hay que ver la ilusión que hace cuando cortas y asoma el plastiquito que envuelve el premio! Saqué el paquetito y lo que no me podía creer es que me había tocado una figurita de Santa Claus. ¡Un sonriente Papá Noel con su traje rojo y su saco de regalos en un Roscón de Reyes! Según mi hijo, la única explicación es que los dueños son rusos y, por eso, ellos qué saben. Me faltan emoticonos para terminar esta historia. Pondría todas las caras de sorpresa, la de ojos abiertos como platos, la de la mano en la cara y la del grito de Munch. Repetidas varias veces.
Y es que la Navidad ya no es lo que era. Si es mejor o peor, eso ya va en los gustos de cada uno. Es diferente. Cada vez más. Hemos pasado de escribir tarjetas navideñas o Christmas, que lucíamos como decoración en casa todas las vacaciones, a los whatsapps, a veces, copiados y enviados sin más. Si no se escribían tarjetas, se llamaba por teléfono para felicitar las fiestas a aquellos que no ibas a ver. Ahora se manda un audio o se reenvía un vídeo y todos contentos. Una bonita foto familiar junto al árbol colgada a tiempo en Instagram o Facebook y damos a todos nuestros seguidores por felicitados.
Para contrarrestar la frialdad de los mensajes de móvil ha surgido el vermú navideño. Las calles se llenan de gente el día 24 de diciembre. Horas de celebración callejera, de saludos y besos a amigos, a conocidos y a caras que te suenan y aunque nunca habías saludado antes, hoy lo haces porque estamos en Navidad. Horas de mucha bebida y muy poca comida. A las dos de la tarde era imposible acercarse al centro de Guadalajara en coche. Todas las entradas de la ciudad estaban atascadas. A las cuatro de la tarde la preocupación era encontrar un bar donde te dieran algo de comer. A las ocho de la noche había que volver a casa y para muchos, disimular la torrija. Hashtag vuelve, hashtag a casa vuelve, que te vas a enterar. Llegar a mesa puesta y, además, bebido, trae problemas. Esta moda acabará con la cena de Nochebuena. Mejor comerse los langostinos antes de salir al vermú y a la vuelta todos al sofá a dormir la mona viendo el discurso del rey y de ahí, a la cama. Porque lo de ir a la misa del Gallo está bastante olvidado.
En el trastero o en la basura acabó hace años la madera de contrachapado que servía de base para poner el Belén en las casas españolas. Esos belenes con musgo y ríos hechos de papel de plata. Los más elaborados tenían luz en el pesebre, en el fuego de los pastores y en el palacio de Herodes, pero lo más normal era que hubiese patos tan grandes como los camellos o figuras que se pasaban más tiempo caídas que de pie. Todo olvidado en el trastero, junto con las panderetas y las zambombas, porque ya los villancicos solo suenan en los centros comerciales. Aún se pueden visitar los dioramas de la Asociación de Belenistas de Guadalajara que este año están en el Mercado de Abastos. Y, por supuesto, para quien le gusten los belenes, merece la pena darse una vuelta por nuestras iglesias.
Me di un paseo nocturno por la ciudad para ver la decoración navideña. Todo es una sucesión de pobres elementos sin conexión ninguna, puestos ahí sin mucha gracia. Unos pequeños abetos verdes colgados cada veinte metros en el paseo de Fernández Iparraguirre, desordenados y tristes. La estrella de la plaza de Santo Domingo, tan baja que parece que se ha caído. Un nacimiento lumínico, las cinco figuras principales del Belén están formadas por miles de pequeñas bombillas. De noche te lo tienes que imaginar, de día debe ser rarísimo. La calle Mayor decorada con algo parecido a nubes azules y blancas y los escaparates sin adornos, porque las tiendas están cerradas o en liquidación. Da mucha pena pasar por ahí. En la Plaza Mayor está la caja de regalos que es la atracción principal, más que nada porque es grande. Y delante del Palacio del Infantado un árbol que es un cucurucho de luces y los tres Reyes Magos ahí plantados solos, debajo de una carpa. Los decoradores del Ayuntamiento deben ser rusos, esa es la única explicación posible.
Aún nos queda la fiesta de Reyes y la polémica cabalgata con sus animalitos estresados. La Navidad, como la materia, no desaparece, se transforma. En fin, ahora ya estamos con la mente puesta en San Silvestre y la Nochevieja. ¡Les deseo una feliz despedida del 2019 y mejor comienzo del 2020! ¡Hasta el año que viene!