Pedro Solís, Guinness de La Alcarria

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Pedro Solís mostrando la cuerda tras ganar el Goya al mejor corto de animación. // Foto: EFE

Por Patricia Biosca

Podría mirarte por encima del hombro porque su palmarés le da para eso. Y para vivir en lugares donde se respira cultura, donde convergen los artistas, donde de un simple saludo sale una película con premio. Pero él no. Él decide seguir viviendo en Guadalajara, esa ciudad muchas veces ingrata en ocio y pasatiempos, esa que es eclipsada por otras demasiado a menudo, esa en la que el transporte público funciona regular o en la que se reparten los solares de viejas glorias de edificios venidos a menos abandonados a su suerte. Y mientras él va a comprar el pan, coge el autobús, se presta para cualquier proyecto para el que le llaman sin poner pegas, sin sufrir de “estrellitis”. Vive y respira un lugar que le sirve de inspiración cuando a pocos les ocurre, en un alarde de generosidad que pocos tienen. Él es Pedro Solís, productor, guionista y director de animación al que un día corriendo por la Ruta del Colesterol se le ocurrió el corto más premiado del mundo certificado por un Record Guinness: “Cuerdas”.

Para quien no haya visto aún el cortometraje animado huelga decir que está tardando. Él define muchas veces su trabajo como un canto a la amistad. Sin embargo, no queda ahí: no es la amistad sin más, sino esa relación de cariño y amor puros que es más fácil que se dé en la infancia que cuando el paso del tiempo nos enseña la parte fea del asunto de vivir. Diez minutos en los que María, una niña algo “rara” según sus compañeros, idea diferentes formas de que su compañero en silla de ruedas pueda jugar como cualquier otro niño. Una especie de bofetón indirecto que nos hace ponernos en su piel y reflexionar sobre si, ante el mismo caso, seríamos María o los compañeros que arrugan la nariz cuando alguien diferente aparece.

Escuché una canción muy concreta [que no quiere desvelar] y vi el corto entero, de principio a fin. Nunca me había pasado esto”, me contó en 2013, cuando nuestros caminos se encontraban -por mi insistencia, no por casualidad- por segunda vez. “Es complicado explicarlo, es un corto para verlo”, me decía una mañana de sábado desayunando en El Velero, charlando de lo humano y lo divino a pesar de que yo llevaba mis preguntas apuntadas en una libreta. Lo mismo me ocurrió la primera vez, cuando en Radio Arrebato se prestó a venir a una entrevista con tres estudiantes de periodismo que tenían poca idea de todo, pero muchas ganas de mucho. Ahí nos contó el miedo que tiene a que los sueños se cumplan, porque a veces pueden tener consecuencias imprevistas.

Año 2006. Los cortos de Tadeo Jones (aún no son película), en los que participa Solís, se han llevado sendos premios Goya. Es entonces cuando Pedro, el director, piensa en lanzarse con un trabajo propio bajo la siguiente premisa: “Ten cuidado con lo que deseas, porque se puede hacer realidad”. En una cena con unos amigos, Pedro, que ya tenía una hija, comenta que no quiere tener un niño “porque se emborrachan, corren con el coche y hacen tonterías”. Meses después, nace su hijo Nicolás, quien padece una parálisis cerebral severa. “Él no podrá emborracharse, correr con el coche ni hacer tonterías”, dice Solís ante nuestra atenta mirada y un silencio pesado de esos que cortan. Así es como nació La Bruxa, el primer corto también ganador de un Goya que cuando recibió dedicó a Nico, “a quien la vida no se lo ha puesto demasiado fácil”. Un mensaje que caló profundo y fue replicado en todos los medios de comunicación. Nueve años después, Pedro Solís, alcarreño de adopción temprana, aún sigue recibiendo premios desde Guadalajara. Quizás esto si merezca la pena soñarlo. Enhorabuena, maestro.

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