Por David Sierra
Hace unos días, la cuenta de Twitter de la Policía Local de Guadalajara publicaba una fotografía en la que aparecía un agente multando a un vehículo aparcado en doble fila, frente a unos contenedores en la Calle La Isabela en el barrio de Manantiales. La imagen iba acompañada de un texto en el instaba a los conductores que fuesen a estacionar por aquella zona a invertir unos minutos en encontrar aparcamiento para evitar así retenciones.
https://platform.twitter.com/widgets.jsEn C/La Isabela, al haber un solo carril para cada sentido, los vehículos en doble fila pueden provocar fácilmente retenciones y accidentes de tráfico💥
— Policía Local de Guadalajara (@PoliciaLocalGU) November 22, 2021
Aunque vayas un momento a por el pan🥖, invierte un minuto en encontrar un estacionamiento libre, ¡hay multitud de ellos!⚠️ pic.twitter.com/2mTlYLcQow
Hace unas semanas, en las inmediaciones de un centro escolar en Madrid tenía lugar un atropello con resultado de la muerte de una menor de apenas seis años de edad. A raíz de este suceso, se inició un debate sobre las medidas a adoptar para evitar accidentes como éste y convertir los entornos escolares en lugares seguros para los alumnos, principalmente en los momentos de acceso y salida a los centros. La situación tuvo su tímida repercusión también en la capital alcarreña y por unos días los agentes locales tuvieron una presencia más significativa en los horarios de entrada y salida a los colegios, realizando fundamentalmente labores de regulación del tráfico.
El caso es que Guadalajara, sin ser una ciudad demasiado hostil en materia de congestión del tráfico, se ha convertido en una zona de alto riesgo para los viandantes y, especialmente, para los escolares que acceden a sus centros andando por las aceras. Los colapsos a primera hora de la mañana y de la tarde son habituales y se han convertido en rutinarios en las inmediaciones de la mayor parte de los colegios de la ciudad a consecuencia de la transgresión constante de las normas de tráfico y la ausencia de respeto hacia aquellos que tienen que convivir junto a los padres y madres que, por decisión propia, han optado por trasladar a sus vástagos en cuatro ruedas hasta su centro de estudios.
Así, encontrarse filas de vehículos en doble fila en calles principales; o subidos en las aceras ocupando incluso carriles-bici; o taponando puertas de garaje, paradas de autobuses o pasos de peatones son tan frecuentes y habituales que debieran provocar estupor entre los responsables políticos encargados de administrar todo lo que concierne a esta materia. Y, por supuesto, en los agentes del orden dentro de la ciudad, que en vez de actuar abandonan el postureo de las recomendaciones con el recetario en mano para hacer la vista gorda sin atender a razones ni explicaciones.
Hace un par de días, uno de esos vehículos aparcados sobre una acera estuvo a punto de atropellar a un menor que iba andando a su colegio con la mochila de ruedas en mano. El conductor, cargado de prisas por salir pitando dio marcha atrás sin reparar que venían un par de niños andando por la parte que hemos asignado como sociedad a tal fin. Tuvo que ser un adulto el que, con un golpe en el maletero del utilitario, convirtiese una tragedia en un simple susto. Y no hace tanto, en ese mismo punto, un discapacitado en silla de ruedas tuvo que ocupar la calzada para atravesar por esa misma calle al no haber espacio suficiente en el adoquinado invadido por los vehículos.
Imágenes corrientes en una ciudad acostumbrada a los desplantes políticos de quienes antes eran oposición y ahora gobierno, y viceversa. Una ciudad en la que todo se soluciona con una mano de pintura, con la música de las incumplidas promesas de soluciones que ni tan siquiera desafinan, incluso con la muerte prematura presente en la calzada, fruto de un descuido, el provocado por la inacción del que hace las normas y del que las tiene que hacer cumplir. La culpa, no obstante, siempre es del viandante por no dejar su queja en el buzón del ciudadano mediante.