Los números redondos del 25 Maratón de los Cuentos

Por Estrella Ortiz *

escuchando la postal del niño

La narradora oral, Estrella Ortiz. // Foto: Txema García.

¿Por qué nos gustarán tanto a los humanos los números redondos?, ¿en qué se diferencia un acontecimiento en su veinticinco cumpleaños a, pongamos por caso, su veintiséis? Desde luego, es un misterio, al menos para mí. Los humanos somos así, nos gusta celebrar y aprovechamos cualquier buena disculpa. Por eso el Maratón de los Cuentos de este año tiene un aire de fiesta especial y redonda. El lema de este año, la poesía, viene a apoyar esta emoción, pues el lenguaje poético es el lenguaje de los afectos.

Hay mucho que celebrar, desde luego. Cuando en 1992 comenzó este hermoso sueño, no éramos conscientes de la transcendencia que pasados los años iba a tener, aunque para ser sincera, que la cosa era grande, ya se vio desde sus inicios. En primer lugar, porque era una idea novedosa y la convocatoria se lanzaba desde la alcaldía a todos los vecinos de Guadalajara. Y muchos vecinos y vecinas tomaron como suyo el reto… y aquí estamos veinticinco años después. Celebrando que con esta edición serán veinticinco las veces en las que miles de personas se sumergen en la dicha de escuchar y contar historias un fin de semana completo de junio.

Por esta vez no quiero hablar del pasado, por más que la atracción a hacerlo sea muy fuerte: los humanos adoramos volver una y otra vez sobre las historias del origen, recontar el cómo empezó todo, el “érase una vez”. Sin embargo, hoy prefiero pararme sobre los importantes porqués que han hecho que este acto cultural consiga reunir a tantas personas de la ciudad y de otros lugares del país e incluso del extranjero. De modo que yo también voy a jugar a los números redondos y voy a buscar veinticinco motivos por los que el Maratón anida en tantos corazones.

 

Una de las razones más valiosas radica en que este acontecimiento cultural es un proyecto vivo de comunicación. La persona que se ofrece para contar un cuento en el Maratón lo siente como una oportunidad de trascender su cotidiano, ya que lo que se propone no es contarlo en un ámbito familiar, sino ponerlo en común, con todo lo que supone de dificultad y también de satisfacción. La palabra oral es un acto, un deseo, una proyección de, aunque resulte rimbombante decirlo, inmortalidad. La palabra busca vencer a la muerte. Los cuentos saben mucho de eso, y si no, que se lo pregunten a Sherezade. Todos anhelamos traspasar nuestros propios límites, por eso necesitamos conocer, salirnos de nosotros mismos, ser uno con los otros. Porque nuestro quehacer cotidiano está lleno de ocupaciones particulares, y en este momento en el que muchas de las diversiones y entretenimientos se plantean como individuales, resulta emocionante que prospere un encuentro entre personas reales, de carne y hueso. Un encuentro que no es competitivo, sino participativo.

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Estrella Ortiz, durante el primer Maratón, en 1992. // Foto: Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de Guadalajara.

 

Los cuentos no son solo un pasatiempo, son concentrados de sabiduría. Las historias continúan siendo fuente de conocimiento, de intercambio de saberes entre las personas. A veces creemos que se puede existir sin ese vínculo, pero solo cuando se ha vivido la soledad con dolor es cuando se toma en cuenta la necesidad de crear lazos verdaderos de confianza con los otros para no naufragar. Somos seres sociales, necesitamos de los demás, necesitamos dar y recibir. Cuando comienzan diciéndonos “lo que te voy a contar es un cuento” es posible que sea la circunstancia en la que más bajamos la guardia y nos permitimos escuchar con nuestra parte más íntima. Atender una historia no es algo impositivo ni enjuiciador. Si alguien nos cuenta una historia estamos abiertos porque no hemos de ponernos en guardia para evitar intromisiones en nuestra intimidad. Un cuento es “solo” un cuento. Y es esa cualidad inocente lo que le hace llegar tan lejos y tan adentro. Por eso creo que el Maratón de Cuentos hace ciudad, porque hace personas que confían entre sí.

Además, con el Maratón se recupera por unos días la imagen integradora de la plaza pública, se recupera la calle como lugar de comunicación y no solo como sitio de paso o de consumo, se recuperan numerosos espacios físicos de la ciudad que a lo largo de todo el fin de semana se convierten en una inmensa plaza libre y hasta cierto punto espontánea en la que sus paseantes pueden encontrarse y disfrutar de las habilidades artísticas de un buen número de personas. Una experiencia a todas luces muy enriquecedora.

 

En cualquier iniciativa, cuantas más personas se implican y más veces se repite, más posibilidades hay de que se pase el testigo de padres a hijos, de que exista una transmisión al modo tradicional. Un proceso del que el Maratón tiene constancia desde hace años: hijos que continúan la participación de sus padres después de fallecidos, niños y niñas que han contado cuentos y que crecen y traen a su vez a sus propios hijos, personas en suma que viven el Maratón de los cuentos como un acontecimiento de su vida personal y crecen y se desarrollan con él.

Al igual que es tradicional su manera de transmitirse -de boca en boca, de padres a hijos- también es tradicional, se puede decir que es ancestral, el formato en el que se desarrolla: un grupo de personas se reúnen a resguardo dispuestas a pasar un buen rato, días incluso, al calor de los cuentos. Por poner un par de ejemplos literarios muy famosos, este es el marco en el que se cuentan las historias en Los Cuentos de Canterbury y El Decamerón.

 

Sin lugar a dudas, el Maratón de cuentos ha conseguido ser una cita, un motivo de encuentro para muchas personas. No es solamente una sucesión de actuaciones de artistas invitados que podrían verse en cualquier otro lugar, aunque quien venga como espectador de festival no se verá defraudado: la programación es extensa e interesante. Pero aunque el Maratón ofrece talleres, exposiciones, conferencias, espectáculos, y brinda la oportunidad de ver el trabajo de infinidad de profesionales de la narración oral en muchos lugares emblemáticos de la ciudad, y gracias a ello de conocer estilos, voces y discursos muy variados, todavía es mucho más.

El Maratón es una experiencia en sí, un acto vivo y por tanto imprevisible, un lugar donde la palabra oral es protagonista, una oportunidad de conocer personas y cosas nuevas. Por eso es único e irrepetible, el Maratón de Cuentos de Guadalajara no te lo pueden contar: tienes que venir si quieres conocerlo. Y ni siquiera estando presente se consigue abarcar del todo, pues no olvidemos que es ininterrumpido y que además hay momentos en los que se programan actividades simultáneas en distintos lugares, y se hace necesario elegir. A mi modo de ver, esto produce en quien lo vive una sensación de infinitud, de que es inacabable, de que necesita volver año tras año.

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Integrantes del Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de Guadalajara, que organiza cada año el Maratón, en el tramo final de la edición del año pasado. // Foto: Juan Carlos Aragonés.

 

Ninguna de las personas que viven los días del Maratón son espectadores pasivos, su relato forma parte del relato general, de la experiencia del encuentro. Porque esta experiencia única no es exclusiva de la persona que tiene espacio para contar, también incluye escuchar, ser, estar presente en ese momento. Y las personas que acuden lo saben. Tanto las que se pasan horas sentadas escuchando historias de personas que no conocen, como las que pasean por sus calles. En los días en los que la ciudad de Guadalajara vive el Maratón, sus ciudadanos y visitantes desafían a su propia rutina, interrumpen el mascullar del tiempo y se suspenden un poco más ligeros, columpiados por las palabras.

Y como se suspende el tiempo, también lo hace el conflicto, de modo que el ánimo presta atención a lo que el día anterior se habría considerado superfluo: las palabras de los otros. Escuchar sin prejuicios, con interés y apertura. Cuando nos sentamos a escuchar no tenemos ni idea de lo que nos va a contar la persona que está ante el micrófono, y por eso queremos saber. Es como si, a quien va a contar, se le dijera: “no te conozco y sin embargo tengo tiempo para ti y tus palabras, ¿Qué quieres contarme?”. Tal vez ese acto de generosidad tan enriquecedor sea la clave para comprender el hecho de que a lo largo de todos estos años haya habido poquísimos conflictos, por no decir ninguno, entre los miles de personas que han ido y venido al compás de las palabras.

 

Me parece que no es exagerado decir que la ciudad entera es Maratón, que es hermoso comprobar cómo se la conoce en muchos lugares por los cuentos, que de verdad se la identifica como la Ciudad de los Cuentos, que de verdad se le nota en esos días que está de fiesta -la Fiesta de la Palabra como dijo Carmen Martín Gaite cuando vino a contar al Palacio del Infantado- gracias a ellos. Y aunque la base de su arraigo radica en haber conseguido reunir a tanto público de la ciudad, la vitalidad del proyecto también se mantiene gracias a la generosidad con la que acoge a las personas que vienen de fuera, algunas de muy lejos, atraídas por la promesa de escuchar y disfrutar de los cuentos y de los encuentros. Es bueno para una ciudad recibir a tantos visitantes, pues por unos días flota la riqueza de las experiencias en el aire.

 

Poner en pie un acontecimiento de estas características necesita un esfuerzo organizativo muy grande, que el Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de Guadalajara hace con mucho gusto, y que da la clave fundamental de la supervivencia del evento, ya que el Maratón es posible gracias a la colaboración desinteresada y entusiasta de cientos de voluntarios y voluntarias, personas sin ningún afán de protagonismo que durante un fin de semana se entregan generosamente a las muchas necesidades del evento. Por supuesto, tampoco es posible sin las personas que se apuntan para contar a las diferentes horas del día, por el solo gusto de hacerlo, por seguir una llamada que les empuja a ello. Ni sin el sencillo papel del público: su escucha atenta es lo que da sentido a todo lo demás. Sin los escuchadores, los cuentistas no tendríamos nada que hacer. En resumen, la clave de su éxito radica en el hecho de que toda persona que colabora se siente parte del Maratón, sea cual sea el papel que haya elegido tomar. Y está en lo cierto, porque el Maratón tiene su peculiar manera de abrazar.

 

¿Por qué nos gustarán tanto a los humanos los números redondos? Creo que este afán que tenemos por incidir en los aniversarios rotundos es porque nos sirven para recordar. Para recordarnos que tenemos que recordar. Celebramos el nacimiento de tal escritor o escritora para recordar la importancia de su legado, y sobre todo para recordar que estaría bien conocer su obra. Recordar a los autores solo tiene interés en ese sentido. Los enamorados no se citan veinticinco años después para relamerse de lo vivido, o al menos no para eso exclusivamente, sino para afirmarse en el acuerdo de continuar queriéndose. De modo que el veinticinco cumpleaños del Maratón a mi juicio no sirve tanto para decir todo lo que se ha hecho y el cómo hemos llegado hasta aquí, como para recordar qué es lo que da sentido a lo hecho y, por tanto, a lo por hacer. Y felicitarnos por todo lo que queda por contar, por contarnos, por comunicar, por encontrarnos. Porque en la celebración de este Maratón está el principio de otros muchos. Para los relatos es muy importante tomar en cuenta los principios y los porqués, ya que no hay que olvidar que sobre ellos discurre la trama, el alma de la historia.

 

La cultura está unida directamente con la vida, con lo cotidiano, con la gente. La cultura la hacen las personas, no es el privilegio de unos pocos que pueden disfrutar de eso que hacen otros pocos. La cultura anda por las calles[1] y es la manera de tratarse las personas, la manera de expresar, de educar a los niños y niñas, de cocinar, de cultivar un huerto. Por supuesto, es la manera de comunicarse, de contarse unos a otros la vida. Dijo Marcel Duchamp que el arte es “la única forma de actividad por la que el hombre y la mujer se manifiestan como verdaderos individuos. Sólo gracias a ella pueden superar el estadio animal, porque el arte es una salida hacia regiones donde no dominan el tiempo ni el espacio”. Cuando imagino un mundo mejor, ese sueño incluye una sociedad en la que se le da mucha importancia al desarrollo de las facetas creativas de las personas, de todas las personas. Y en ese sueño, estoy segura, continúa celebrándose el Maratón de Cuentos de Guadalajara.

Vaya, me parece que he perdido la cuenta… Pero, ¿Por qué nos gustarán tanto a los humanos los números redondos? No sé si nosotros les hemos contagiado esta afición a los cuentos o más bien son ellos quienes nos lo han contagiado a nosotros. Porque a los cuentos les encantan los números redondos, de hecho sus números siempre son así, redondos. Está bien, no me lo preguntaré más veces: si a los cuentos les gustan, al Maratón de los Cuentos de Guadalajara, también.

¡Viva su cuarto de siglo de cuentos, viva su vigésimo quinta edición!

 

[1] El lema de esta edición del Maratón es La poesía anda por las calles. Y que quiere rendir homenaje a la frase que dijo Federico García Lorca: “la poesía es algo que anda por las calles” en una entrevista en abril de 1936.

 

* Estrella Ortiz es narradora oral profesional de Guadalajara y una de las fundadoras en 1992 del Maratón de los Cuentos de Guadalajara, junto a Blanca Calvo y Eva Ortiz. Lleva contando cuentos más de 30 años y los más pequeños de varias generaciones la conocen en su personaje de la Bruja Rotundifolia, con el que lleva a cabo sus sesiones infantiles. Además de contar, ha teorizado sobre el oficio en ‘Contar con los cuentos’ y ‘Contar con la poesía’, ensayos editados por la editorial Palabras del Candil. Su último libro de cuentos publicado es una colaboración con la firma artesana alcarreña Totopo Brown, el libro de tela para bebés ‘Cinco lobitos’.

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