El saqueo del cadáver

Panorámica de la Torre Caja Guadalajara,  en tiempos de su apertura // Foto: David Utrilla (Archivo El Decano)

Panorámica de la Torre Caja Guadalajara, en tiempos de su apertura // Foto: David Utrilla (Archivo El Decano)

Por Óscar Cuevas

Dicen que el Cid ganaba batallas incluso muerto. Su antítesis pudiera ser Caja de Guadalajara. La pobre ganó muchas peleas en vida, pero las está perdiendo todas siendo cadáver. No exagero. A «la nuestra» le roban en su tumba. Le hurtan lo que se le debe. Incluso alguien que no es su dueño tiene por algún lugar escondido un rico patrimonio cultural y artístico, ajeno, que pagó en su día la sociedad guadalajareña, y que ahora no sabemos si está en un guardamuebles, en los sótanos de una torre que se alquila por trozos, en un almacén de Sevilla, o en un contenedor del Puerto de Barcelona, guardado en una «caixa». Triste epílogo para quien vivió 46 años cumpliendo una necesaria función económica (aun solventando sisas esporádicas de los mangantes de turno), pero a la que tras su deceso se la está sometiendo a un auténtico saqueo. A lo bestia.

No sé dónde estará «espiritualmente» enterrada la «ex nuestra». Pero donde quiera que se encuentre debiera tener una lápida, con un epitafio que diga: «Aquí yace Caja de Guadalajara: 1964-2010. Nació con el desarrollismo tardofranquista. Murió arrastrada por los lodos de la hecatombe económica de España. Y no descansa ni muerta».

José Luis Ros

José Luis Ros, en su despacho de la última planta de la Torre Caja Guadalajara, el día de su estreno // Foto: David Utrilla (Archivo El Decano)

La prueba de toda esta profanación nos la ha desvelado esta última semana una información de «El Confidencial», que da cuenta de que el último presidente de la entidad, el socialista José Luis Ros, realizó en diciembre del año pasado una reclamación formal a la Junta de Andalucía. Señalaba Ros en su escrito que el otro «semi cadáver», Cajasol (o más bien la fundación que de ella ha quedado tras su sucesiva disolución en Banca Cívica y Caixa Bank) no ha cumplido la parte de ese trato que se fraguó en 2009 y se cerró en 2010; aquella fusión primigenia y a la postre mortal para nuestros intereses. Un pacto con el que se suponía que se iba a crear la «Fundación Caja de Guadalajara», esa que nos vendieron como cosa preciosísima para sustituir a la vieja Obra Social. Pero nada se ha hecho, y a la sociedad guadalajareña, a los más necesitados en buena medida, se les han hurtado millones de euros.

Pero tampoco ha debido cogerle muy de sorpresa a «la ex nuestra», en adelante «la muerta». Ahora todo es más cantoso porque huele peor. Pero el manoseo viene de lejos. Sí, hombre. A la Caja la manosearon prebostes del Franquismo para intereses particulares. La manosearon, mucho, durante más de 20 años, los dirigentes de la derecha provincial, con operaciones constructivas que más de una vez la dejaron al borde del síncope. Y la manosearon también sus últimos gestores socialistas.

La nonata fundación debía llevar años cumpliendo el papel social que hacía Caja Guadalajara // Foto: Archivo El Decano

La nonata fundación debía llevar años cumpliendo el papel social que hacía Caja Guadalajara // Foto: Archivo El Decano

Cierto es que con la Caja en vida la cosa iba pasando, porque al menos cumplía su misión: Daba crédito a emprendedores, concedía préstamos e hipotecas, generaba moderados beneficios, daba servicio al mundo rural, y además tenía una amplia Obra Social, cercana y útil, que trabajaba el ámbito benéfico, deportivo, cultural o de la cooperación al desarrollo. En definitiva, que la de Guadalajara fue en vida una pequeña caja de provincias más, como tantas, que funcionó con la pulcritud que lograron implementar sus responsables técnicos, superando las pobredumbres que en ocasiones le procuraban los dirigentes políticos, fueran estos aldanas, nuevos, secos, ortegas o roses.

Ros y Pulido

Ros y Pulido, en junio de 2010, cerrando detalles de la absorción // Foto: Archivo El Decano

No les negaré que me ha llamado la atención la posición indignada de Ros, que se muestra en su escrito -probablemente con razón- algo así como timado. Y culpa a Antonio Pulido, presidente de Cajasol (hoy imputado en varios procedimientos), con quien antes se daba abrazos, pero al que ahora acusa de haberse «pulido» el dinero.

Yo creo que está bien que Ros alertara en diciembre a las autoridades andaluzas de los incumplimientos de la Fundación Cajasol para con la nonata Fundación Caja Guadalajara. Pero pienso también que hubiera sido mejor que hace mucho, pero mucho tiempo, hubiera salido el turolense a dar la cara ante sus convecinos. Para denunciar lo que considere, claro, pero también para explicarse y pedir disculpas. Porque no podemos olvidar que, en los meses en los que se gestaba la fusión era Ros quien sacaba pecho. Era él quien vendía el acuerdo a Guadalajara como una obra maestra de la negociación; quien aseguraba que la operación suponía adelantarse a la realidad del proceso de fusiones español.

La Torre ahora se alquila por metros y ha quedado vacía // Foto: lacronica.net

La Torre ahora se alquila por metros y ha quedado vacía // Foto: lacronica.net

Fue también él quien prometió con insistencia que la Caja sería la última en salir de los pueblos; «la que apagaría la luz», decía. Y fue Ros quien se puso el mundo por montera para, con sus visionarios poderes económico-urbanísticos, impulsar la mega operación de salir del centro de la ciudad para construirse una torre junto a El Corte Inglés. Una torre que pagamos todos a escote en virtud de que la Junta de Comunidades se la financió, al comprarle la sede anterior. Pero ya saben cómo ha acabado la torre.

José Luis Ros era, qué demonios, el garante personal de todos esos acuerdos, decisiones, cambios y saltos al vacío. Así que quizá se sienta hoy legítimamente engañado; pero debiera percatarse de que buena parte de la sociedad provincial le puede ver a él como el engañador.

Aunque sólo sea por todo lo que ha sido en el ámbito político, Ros debe reaccionar, abierta y públicamente. Debe dar la cara ante sus convecinos. Aquí nos conocemos todos, y todos sabemos que Ros, profesor de Historia y habilidoso fontanero político, fue enchufado a la Presidencia de la Caja en virtud de ningún talento económico. Y que se guardó para sí la baza de ser vicepresidente quinto de Cajasol. Y que también se guardó la de ser presidente de la ilusoria Fundación. Y que todo eso lo hizo, como dicen en el sur, «llevándoselo muy calentito». Pero mucho, durante mucho tiempo. ¿Por qué durante 4 años Ros ha sido una tumba? ¿Por qué ha rehusado tropecientas peticiones de entrevistas a medios de comunicación? ¿Por qué nadie sabe si sigue cobrando de Cajasol? ¿Por qué vendió en mil ruedas y notas de prensa la fusión inicial, pero luego las otras dos subsiguientes absorciones jamás se explicaron a los guadalajareños?

Asamblea

Momento en el que la Asamblea de Caja Guadalajara votaba la fusión en Cajasol // Foto: Archivo El Decano

Ros, Pulido y Román

Ros, Pulido y los gobiernos andaluces y castellano-manchego pactaron la operación con el PP // Foto: D.Utrilla (Archivo El Decano)

Pero no sólo se trata de Ros. También deberían explicarse públicamente quienes políticamente le acompañaron en las decisionies. Porque a nadie se le olvide que la fusión se votó por unanimidad en el Consejo de Administración, y por cuasi unanimidad en la Asamblea. Y que todo fue pactado con el PP guadalajareño y regional, reparto de cargos en el Consejo de Administración sevillano incluido. Uno de ellos, por ejemplo, fue para el gerente (caray con los gerentes) del PP provincial.

He leído, por fin, unas breves declaraciones de Ros en las que sugiere que la Diputación, como impulsora de la Caja, debiera liderar las necesarias acciones legales; que la entidad no puede hacerlo «per sé», porque no existe; y que hay una «obligación moral». Estoy de acuerdo; pero quizá el primero que deba acudir al Juzgado sea el propio Ros. No parece que las tasas judiciales le puedan suponer mucho quebranto a su alto nivel de vida. Que denuncie, ya; solo, o en compañía de otros. Pero que lo haga. Hay obligación moral.