Guadalajara sin mancha (I)

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Tras la instalación en 2016 de estos paneles turísticos el Partido Castellano solicitó su retirada alegando que no identificaban a la provincia y considerarlos incluso ofensivos. Foto: JCCM. (web Cadena SER)

 

Castellanos, nunca manchegos. Y sobre todo, alcarreños. Alberto Poyo.

A pedir la autonomía, o que nos devuelvan a Castilla, pero sin Mancha. Mamen Garrido.

No somos manchegos. Nací en La Alcarria pero he vivido en Ciudad Real algunos años y no tenemos nada que ver con La Mancha ni por paisajes, ni por costumbres. María Rosa Fernández Abascal.

 

Por Gloria Magro.

Guadalajara es un ente aislado dentro de Castilla-La Mancha. Después de casi cuatro décadas de pertenencia a la comunidad autónoma y pese a los esfuerzos integradores realizados desde la administración regional, poco o nada hemos cimentado nuestra relación con Ciudad Real, Albacete, Toledo o Cuenca, provincias vistas como lejanas y bastante ajenas. Nada suscita mayor respaldo político y sentimental entre los guadalajareños que la pertenencia a Castilla.

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La Casa sin cimientos

Casa de Guadalajara

Fachada de la Casa de Guadalajara en Madrid, en la plaza de Santa Ana // Foto: Amparo García-Otero

Por Óscar Cuevas

El cierre de la Casa de Guadalajara en Madrid es una tragedia institucional, pero no es ninguna sorpresa. Es una noticia tristísima, de las que tocan el corazón; pero ante todo es un síntoma. Un perfecto paralelismo del destino de nuestra provincia como ente colectivo. Diría que es como un hito, una de esas efemérides que se remarcan en los libros de Historia; no tanto por lo sucedido en el día en cuestión, sino como punto que fija un proceso. El cierre de «la Casa» es el hito que marca el final del paulatino desmembramiento de una identidad: La nuestra.

«Regresaré a la casa; la casa de mi padre. Abriré las ventanas y que la limpie el aire», cantaba Labordeta. Hablaba de la casa paterna como lugar de custodia de los orígenes de ese hijo que un día salió a recorrer mundo, pero que no pierde de vista su esencia. Para mí, la Casa de Guadalajara en Madrid era precisamente eso. Un arca vetusta, quizá polvorienta, pero de madera noble y bellamente labrada, en la que se custodiaba el ADN de una provincia, las razones del amor a la tierra de aquellos que la sienten, quizá idealizada, porque no viven en ella. La Casa era para Guadalajara un nudo de afecto, de esos que creemos imposibles de desatar, pero que, como tantas cosas, al final prescriben. Y se van, porque la cuerda se gasta.

Ayer mismo lo escribía mi amigo Raúl Conde; que Guadalajara ha dejado de quererse. Efectivamente, hay mucho de eso. No se han cuidado las raíces, que de hecho se arrancaron: la Guerra, la represión, la despoblación, el desprecio, la identidad diluida en la autonomía… Y al final, la cercanía a Madrid, esa que tantas ventajas nos aporta, pero que tantas señas de identidad nos ha arrebatado.

Carta

Comunicación de la Asamblea que aprobará la disolución de la Casa el próximo mes de enero

Hace muchos años que los guadalajareños dejamos de mirar introspectivamente a nuestra provincia, y permitimos que se perdieran cosas con las que no se debió jugar. Guadalajara creció de modo descompensado. Y los que la habitamos empezamos a pensar mucho más en lo cotidiano que en lo que nos agarra al suelo. Y los caserones de los pueblos se cerraron, sin que lamentablemente haya habido demasiados labordetas que volvieran a abrirlos, ni amigos con los que levantar un árbol a la puerta, como decía el canto. Y del mismo modo, ahora se cierra la Casa de Guadalajara en Madrid.

Guadalajara no se quiere por muchos motivos. Por los que cita Conde en su artículo, y por otros que se nos escapan. Pero lo cierto es que los que llegaron de fuera, en estos últimos años de crecimiento pre-crisis, o no quisieron, o no supieron, o no pudieron sentir el pálpito. No sé si es que somos poco hospitalarios, cerrados o muy nuestros. No sé si es culpa de las administraciones, del PP, del PSOE, de los autóctonos, o de los foráneos. Pero la cruda realidad es que la «GTV» es una agónica minoría que no ha podido contrarrestar ese vendaval que nos ha convertido, desde hace demasiado tiempo, en un ente más del «gran Madrid» que todo lo diluye. Mirábamos por encima del hombro cómo las cuencas, sorias o terueles se quedaban pequeñitos ante nuestro desarrollo, sin darnos cuenta de que, cuanto menos nos parecíamos a Soria, más nos asemejábamos a Coslada, Parla o Alcorcón.

El boom del Corredor, ya saben. Esta comarca de logística y ladrillazo creciendo de modo torpe a golpe de cebada reconvertida en unifamiliar, mientras la pura provincia moría de pena. Y nosotros, en el pujante oeste, a lo nuestro, a las cosas del comer. A la hipoteca, el tercer carril, la A-2, el nuevo supermercado de la esquina, el horario del Cercanías, el abono del Bernabéu, los domingos de apertura comercial en Alcalá, el aparcamiento del Ferial Plaza o el viaje a Cortylandia. Y así, en dos patadas nos pulimos nuestro provincianismo. Para lo bueno, claro. Pero también para lo malo.

Fundadores Casa de Guadalajara

Foto oficial de la fundación de la Casa de Guadalajara en Madrid, el 4 de junio de 1933 // Foto tomada del libro «Guadalajara en la savia de Madrid», de Tomás Gismera

La Casa de Guadalajara en Madrid se cierra por muchos motivos. Las razones básicas las ha ido explicando estos días por los medios de comunicación su presidente, al que ayer oía en una estupenda entrevista en Radio Arrebato, que aquí resume muy bien CulturaEnGuada. Hay un local en Santa Ana cuyo alquiler era antaño una ganga, pero que pasó a ser un peso insoportable a partir de 2010. La crisis hizo el resto. Las administraciones redujeron subvenciones, las empresas-mecenas se vieron imposibilitadas de seguir ayudando, la Caja de Guadalajara si te he visto no me acuerdo… y las cuentas no salen. 450 socios a 70 euros al año, más unas raquíticas ayudas, no permiten financiar los casi 10.000 euros que cuesta mantener el local, entre renta y gastos fijos.

Arriaca

Arriaca era el boletín interno de la Casa, nacido en los años 80. En la imagen, sus primeros números // Foto: Tomás Gismera

Noticia que da cuenta de la refundación de la Casa, tras el paréntesis de la postguerra, en el local de San Ana // Foto: Tomás Gismera

Noticia que da cuenta de la refundación de la Casa en 1961, en el local de San Ana // Foto: Tomás Gismera

En este punto cabe señalar que hubo hace unos años una propuesta de salvación. La Casa pudo haberse trasladado a un barrio periférico, a un local más barato. Hasta tuvieron sobre la mesa una generosa oferta de cesión gratuita en Paracuellos del Jarama. Pero quizá no hubiera tenido sentido ni razón de ser. Porque la esencia de la tierra había que defenderla en el corazón de Madrid, en un lugar a mano de la mayoría de los socios, muchos entrados en años. En el fondo, el traslado hubiera sido un parche temporal que tampoco hubiera evitado el declive final.

Dice Pérez Acevedo que no quiere que la tristeza de hoy deje sabor a fracaso, porque lo importante es celebrar los 82 años pasados. Que hay que alegrarse de la existencia vivida, de lo realizado desde que en 1933 la Casa quedó constituida. Y probablemente tiene razón. Hay que valorar, agradecer y dar cumplida cuenta del amor incondicional demostrado por miles de socios a lo largo de ocho décadas; hay que poner en primer plano de actualidad el empeño que han puesto defendiendo y difundiendo Guadalajara a lo largo de casi un siglo, y a cambio de nada.

Pero hay otra realidad, que Pérez Acevedo trata de disimularla con su imperturbable sonrisa y su exquisita educación. Y es que el modelo también se había agotado. Quienes en los 60 buscaron en la Casa el refugio de la tierra han envejecido demasiado. Sus hijos y nietos han pasado del amor incondicional a un afecto que es valioso, pero que no es igual. Y en definitiva: Si Guadalajara no se ha sabido defender en casa, tanto más difícil iba a ser hacerlo jugando a domicilio. Si los que vivimos en ella no hemos «querido quererla», con qué cara vamos a pedírselo al nieto de un señor de Zarzuela de Jadraque.

Nuestra Casa de Guadalajara en Madrid era un precioso edificio, levantado sobre el amor a la provincia. Y lo que se ha podrido, desengáñense, son los cimientos.